jueves, 3 de abril de 2008

Fragilidad de los feriados

Uno a veces se recuerda lejano en el tiempo. Se envuelve con imágenes tardías, una entrada al aula sin formar fila, veintitrés en clase y dos ausentes, presente señorita, acá atrás en el fondo. Las imágenes se sostienen apenas con la punta de los dientes para que no caigan por el peso de los años. Se renuevan y reinventan como si necesitaran volver a formarse tan nítidas en la memoria. La salida de clases a la carrera hasta la casa o no, mejor a la canchita, los libros como arco y el penal que no fue. El absurdo hace que el placer de los gustos tenga un único lugar entre un tiempo y otro, en ese espacio que queda como un error involuntario entre cada obligación. Porque uno ni siquiera debería ir a almorzar si tiene que atajar en la tierra un penal que no fue. Los recuerdos fluyen efímeros y distantes entre la comida y el café con leche, o al revés. El orden se altera cuando se reconoce la extensión de una distancia. Ya no se sabe si es a la entrada o a la salida del colegio, si los deberes eran antes de la tele. O después. Se altera con la simple mención de una palabra sublevada, que se filtra entre los recuerdos, fragmentando la memoria, revirtiéndola en busca de una necesaria ubicación de las imágenes. Después de todo no importa tanto ese orden que tienen en el tiempo como la necesidad de decir presente señorita, ahí estuve, el que estaba sentado en el fondo era yo que ese día no había faltado a clases. La memoria es frágil y a decir verdad no sé si ese día realmente estuve en clases o era yo el ausente. El tiempo se me ha vuelto imposible. Los días irremediablemente necesarios. En vano intenté recordarme en algún feriado, pero no. Me asaltan la memoria cada uno de los días de colegio. ¿Para qué sirven entonces los feriados si se comportan como móviles de un olvido imperturbable? Mientras tanto, afuera los recuerdos gritan. Vendrán a buscarme, a rescatarme del olvido, con pasos decididos, amenazantes. Ruego que la memoria siga hablándome hasta ser un recuerdo imborrable. Quizás, alguna vez, otras memorias me recuerden desde otros días. Pero ruego que no sea feriado, que no borre el peso de los años, la soledad de esta noche, la fragilidad de esta memoria. Tal vez en este día no existan las convicciones. Tal vez alguien decida traicionarse. Parece utópico, imposible, pero quizás alguien decida traicionarse, dude de sus ideas, tema por su futuro y se vuelva en contra de sí mismo. Sin convicciones uno podría traicionarse, pero eso será cosa de un futuro inesperado. Ya vienen a buscarme con los pasos de la muerte. Quizás en veinte o treinta años otros no recuerden el colegio, no sufran un ideal violento. Quizás se cambien las armas por puños o cacerolas. Suena ridículo. Imaginar la plaza así suena ridículamente sano. Quizás algún día de esa plaza dirán que tiene dueño. Ese día será peligroso. Ese día no habrá más ideales ni convicciones. Ese día alguien será aún más fuerte que nosotros. Pero hoy estoy aquí, con el guardapolvo blanco, sin soltar viejos libros, esperando una muerte que no llega, un día feriado que olvide, otro ideal que se desplome.

Ricardo Cardone

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